(Foto: Dennis Rivera Pichardo)
Si de algo
sabemos los que vivimos de este lado del alambre de púas en este codiciado pero incomprendido archipiélago del
Gran Caribe llamado Puerto Rico es de doctrinas del shock y capitalismos del
desastre.
Tal y como propone
la periodista canadiense Naomi Klein en su libro de 2007 “La doctrina del shock:
El auge del capitalismo del desastre”, las políticas económicas de la Escuela
de Economía de Chicago y su principal mentor, el Nobel de Economía, Milton
Friedman, lograron influenciar los modelos del libre mercado a través de
impactos de psicología social utilizando desastres naturales para que, ante la conmoción, hacer reformas impopulares. Y Puerto Rico, el experimento colonial
estadounidense del siglo 19, no es la excepción.
Aquí, de este
lado de la verja de alambre de púas, hemos experimentado el yugo mezquino del
capitalismo del desastre en carne propia, digamos que desde la nefasta
temporada de huracanes 2017, que dejó a Puerto Rico decimado ante la implacable
potencia de dos súper huracanes, muy probablemente exacerbados por la crisis climática
creada, ya lo pueden deducir, por el propio sistema capitalista que consume
recursos pero no los repone.
Tal y como Chile se
convirtió en 1973 en el modelo de las nuevas políticas económicas euro
centristas que arrasaron con la vida de miles y sumieron en la pobreza a muchos
más en toda América Latina, Puerto Rico, desde 2017, parece estar convirtiéndose
nuevamente en un experimento de las grandes potencias, pero esta vez no con el
benevolente guante de seda de la Operación Manos a la Obra de la década de
1950, sino con el guante de hierro del ultra capitalismo más dictatorial en
esta era de reavivamiento fascista a nivel global.
Pero no me crean
a mí.
En su artículo de
2018 en el periódico The Intercept titulado “No hay nada natural en el desastre
de Puerto Rico”, Klein asegura que la isla es un “ejemplo de libro de texto” de
lo que es capitalismo del desastre.
“…Con todas las
instituciones de Puerto Rico ya temblando por los ataques de la Junta de Control
Fiscal, los vientos feroces del huracán María atravesaron la isla rugiendo. Fue
una tormenta tan poderosa que habría hecho tambalearse incluso a la sociedad
más sólida. Pero Puerto Rico no solo se tambaleó. Puerto Rico se rompió”.
Y hoy, 21 de septiembre de 2022, a cinco años del paso de los huracanes Irma y María y a tres días del paso del huracán Fiona por Puerto Rico, un fenómeno relativamente pequeño que dejó más daños por inundaciones que por vientos, aparenta ser que las decisiones tomadas unilateralmente por nuestros omnipotentes líderes, que viven resguardados en sus burbujas de autoridad y opulencia, nuevamente han creado artificialmente una crisis humanitaria, que muy de seguro su saldo beneficiará principalmente al andamiaje de lucro de la claque privilegiada en la isla.
Mientras la Junta
de Control Fiscal vela porque los $9,400 millones otorgados por la Agencia
Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, en inglés) para la reconstrucción
de la red eléctrica en Puerto Rico vaya a los bolsillos de un conglomerado américo-canadiense
(LUMA Energy) y no a los de nativos salvajes de piel marrón en los territorios
conquistados, la población en la isla continúa descendiendo en un abismo de frustración
e inconformidad.
Mientras los
políticos con su retórica cantinflesca de palabras rebuscadas y con su mantra de "resiliencia" piensan que nadie
los cuestionará porque nadie entenderá sus palabras gigantes, la realidad es
que ante el hermetismo mostrado a la prensa por el estado y la poca información oficial ofrecida para entender los procesos de emergencia y recuperación, el malestar y la
suspicacia de la ciudadanía crece.
Aquella visión del, llamémosle, “formidabilismo del estado” que ha permeado entre los residentes de Puerto Rico por décadas está llegando a su amargo fin. Las generaciones vivas más jóvenes han vivido en carne propia la debacle de un sistema una vez creído como invencible y ya no se conforman con promesas incumplidas ni falso progreso sino con acciones concretas que atiendan problemas esenciales como la crisis climática, entre muchos otros.
El hecho de que durante el saldo del paso del huracán María por la isla la respuesta de emergencia más eficaz emanó de los municipios y no del gobierno central, puso al descubierto la realidad de que el estado es un parásito. Y ese parásito ha convertido a Puerto Rico en los últimos cinco años en un imán para otros parásitos en forma individual o corporativa y sus malos negocios.
Lo podemos percibir a nivel mundial, la cruda realidad del neo imperialismo euro centrista liderado por el capitalismo canibal de Wall Street ha logrado lo que una vez se creyó imposible: la súbita epifanía de una generación completa de que vivimos en un sistema cuasi fascista donde la clase trabajadora solo significa una cifra estadística en algún reporte de ganancias de los que lideran las sociedades “democráticas” como la nuestra.
Democracia no es sinónimo de capitalismo.
Y es así, entre apagones, falta de abastos de alimento y agua; entre discursos de esperanza esbozados desde un podio por aquellos que no sufren. De carreteras destruidas por la dejadez del estado, de niños pobres sin educación, de escuelas cerradas y agencias gubernamentales corruptas; de una salud deteriorada para el que no tiene, de urbanizaciones de control de acceso escondidas por la vegetación y una falsa empatía por parte de la claque privilegiada, desde este lado de la verja de alambre de púas, el panorama hiede a gasolina y desestabilidad social.
Hiede a motines, incendios y desesperación. Las fórmulas del libre comercio y la globalización nunca tomaron en cuenta en su ecuación el poder de la desesperación de la mayoría cuando es humillada al extremo por sus políticas draconianas.
Tanto dá la gota al cántaro hasta que lo rompe, decía mi madre.
En el horizonte
parece no haber más que cántaros rotos, barricadas en las calles, neumáticos incendiados y un
deseo incontenible de crear una sociedad en donde todos quepamos de la misma
manera y no unos arriba y otros abajo.
El tiempo dará
la razón.
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