jueves, 12 de enero de 2012

Los buenos muchachos


Siempre que escucho la frase: “es un buen muchacho” no logro comprender con certeza el verdadero significado tras semejante aseveración.
¿Cómo se puede medir la bondad de “un muchacho”? Y más aún, ¿hasta qué momento un ser humano sigue siendo un “muchacho”?
Pareciera que ese alegato de bondad e ingenuidad infantil es solo un mecanismo para mantenerse aislado de la realidad o quizás para no enfrentar las consecuencias de los actos que cometemos.
Ese podría ser el caso de Luis Daniel Valdéz Meléndez, el hombre de 21 años acusado por el temerario asesinato de un rival tirador de droga a las 4:52 de la tarde en la plazoleta de un atestado San Patricio Plaza el Día de San Valentín de 2011.
Durante el ataque, Luis Daniel logró asesinar a sangre fría a su homólogo del narcotrafico no sin antes herir a una menor de edad, ajena a la riña, que simplemente estaba presente en el lugar como cientos de otros comensales.
Este ataque, premeditado por demás, fue ejecutado con precisión y sin remordimientos, con una determinación que si fuera utilizada para buenos propósitos, de seguro que rendiría los mejores frutos.
No obstante, esta actitud de “me llevo enreda'o a quien sea” con tal de conseguir sus frívolos y banales objetivos -casi siempre ligados a ese desmedido y absurdo deseo de obtener poder adquisitivo sin realmente tener la libertad para disfrutarlo- se ha convertido en el estandarte de una generación dispuesta a menospreciar la vida con tal de lograr sus caprichos.
Pero volviendo a lo que nos toca, durante el juicio a que fue sometido Luis Daniel, donde fue acusado por asesinato en primer grado -cargos por los que podría enfrentar hasta 199 años de cárcel- , el joven finalmente pudo internalizar la magnitud de sus actos y comenzó a llorar desconsoladamente en plena sala.
Frente a tal escena, su madre gritó: “Él es un muchachito bueno, bendito, es bueno”, mientras el acusado era sacado de la corte por los alguaciles.
No conforme con intentar convencer al mundo -y muy probablemente a sí misma- de que su “pequeño” retoño es uno de los proverbiales “buenos muchachos” de Puerto Rico, la madre concluye su enuncianción con un alarido de “Luis, te amo, confía en el Señor”.
Me pregunto qué criterio utilizó la madre de este sujeto para asegurar que su hijo es "un muchachito bueno". O peor aún, ¿realmente está convencida de que lo es?
Hasta donde tengo entendido un "buen muchacho" no dispara indiscriminadamente en un lugar atestado de adultos, ancianos y niños sin importarle a quién sacrifica en su atentado ni muestra semejante desdén por la vida de los demás.


Un "muchachito bueno" no logra obtener notoriedad dentro del mundo del narcotráfico sin no haber antes demostrado que "se puede llevar a cualquiera por el medio" sin mostrar el más básico remordimiento.
Dicen que no hay pero ciego que el que no quiere ver y, aparentemente, son muchos los adultos que optan por darle la espalda a la realidad en que viven sus “buenos muchachos” y simplemente no hacen absolutamente nada para enderezar el torcido rumbo de su prole y simplemente lo dejan “en manos del Señor”.
El problema es que mientras estos “buenos muchachos” operan sus pymes criminales – y sus padres se refugian en la religión como mecanismo de negación- la calidad de vida de la gran mayoría trabajadora de este país se ve afectada en su totalidad.
Estos “buenos muchachos” campean por su respeto y continúan controlando comunidades enteras sin que nadie les reclame nada. Quizás por que el problema más grande que sufrimos aquí en Puerto Rico realmente no es el crimen sino el “¡Ay, bendito!”.


¡Pero quiénes pueden ser los reponsables si no lo somos nosotros!


Con nuestra tolerancia, falsa compasión y, a veces, sentido de culpa, curamos y nutrimos a este grupo y nos hacemos indiferentes a sus actos -claro, siempre y cuando no nos afecten personalemente.
Entonces, sigamos amamantando a estos “buenos muchachos” y de paso, enseñémosle a las nuevas generaciones de “buenos muchachos” que el crimen puede ser ejecutado con total impunidad porque en este país el “¡Ay, bendito!” es quien rige.


Esta "identidad cultural" ha carcomido los aspectos de la infraestructura social a tal grado que el castigo frente a brutales delitos perpetrados por los "buenos muchachos" son penalizados con una simple "palmadita en la mano".