El término violencia proviene del vocablo latino violentia que no es más que un comportamiento deliberado que causa daño físico o mental a otro individuo. A su vez, según el concepto del triángulo de la violencia, introducido por el politólogo noruego Johan Galtung, ésta se puede exteriorizar tanto física como mentalmente. O sea, la violencia usualmente tiene connotaciones físicas pero también puede tenerlas mentales y, de igual forma, causar gran daño.
Aquí en Puerto Rico, en años recientes, el entorno social ha sido sacudido por una ola de violencia con proporciones épicas. La violencia criminal, la doméstica, la mediática, la política y la corporativa son sólo algunas de las diferentes facetas que la agresión ha tomado en la Isla, tanto física como mentalmente.
Pero casi nunca relacionamos la violencia con un concepto intocable e inalterable para nosotros: la religión. Ese inevitable fundamentalismo, espina dorsal del culto religioso, que actúa como catalítico para hacer girar la rueda de la agresión.
Desde que la humanidad se aglomeró en tiempos prehistóricos como una sociedad, las creencias religiosas -o fe, como muchos prefieren llamarla- han sido la principal causa de conflictos bélicos entre los humanos que habitamos el planeta. Los 600 años del Santo Oficio de la iglesia Católica y la inconclusa rivalidad entre árabes y judíos, son sólo dos ínfimos ejemplos del potencial destructivo que tiene la fe.
Puerto Rico es un oasis fértil para la proliferación de un sinnúmero de cepas de este germen infeccioso de la religión. Sólo échele un vistazo a cualquier comunidad del País y verá cuántas iglesias hay. De hecho, existen más templos e iglesias por milla cuadrada en Puerto Rico que escuelas y hospitales combinados. Una receta para un definitivo colapso social.
La religión se ha convertido en el refugio de los desamparados sociales que moldean sus valores y sus estilos de vida según una doctrina que promete vida eterna a aquel que sufre. O sea, mientras más pesares, más será la oportunidad de entrar en el reino de los cielos. Increíblemente conveniente para un sociedad donde el más rico y poderoso domina al más pobre y desamparado.
A su vez, la religión es un negocio lucrativo para un puñado de mercaderes de la fe que se lucran de la ingenuidad de los que creen que el éxito en la vida estriba en esperar a que el maná caiga del cielo.
Con la bendición de la clase dominante, estos mercaderes han invadido todas las estratas sociales y hasta las instituciones gubernamentales antes reservadas para individuos con una alta capacidad analítica. La división entre Iglesia y Estado –fundamental en el ejercicio de la democracia- es apenas un espejismo cada vez más lejano ante la imposición de valores por parte de las instituciones religiosas.
¿Cómo podemos justificar el rendirnos totalmente ante un individuo que se autodenomina como guía y nos obliga a someter hasta nuestra más pequeña voluntad ante sus preceptos? ¿Qué mayor muestra de violencia que crear rangos entre los seres humanos donde unos son más importantes que otros?
La religión se nutre de la autoestima de las personas, la consume y deja en su lugar un vacío que se disfraza de victoria espiritual. Fomenta el conformismo, la enajenación y la ignorancia. La razón de ser de cualquier culto es mantener el dominio del ser humano. Es la maquinaria con que el status quo mantiene su poder sobre las masas. ¿Por qué creen que lo primero que hicieron los conquistadores de América fue adoctrinar a los nativos?
Pero me pregunto, ¿cuál es la razón de ser de la religión? ¿Lograr la pureza del alma? ¿Comunicación con un o unos seres superiores que nos llenarán de paz y amor? Si es así, ¿por qué entonces parece haber cada vez más violencia en un país repleto de iglesias?
La proliferación de pseudo profetas de hasta las más descabelladas doctrinas religiosas, han colmado la sanidad de la población sumiéndola en un estupor de ignorancia que hace más pobre al que no tiene casi nada y más poderosos a aquellos que controlan las reglas del juego.
Sólo basta con escuchar la retórica incendiaria de algunos predicadores que incitan a sus feligreses a obedecer exclusivamente los preceptos “cristianos” que, del mismo modo, ellos manipulan a su conveniencia. Verán como el comportamiento de quienes digieren este mensaje venenoso se vuelve recalcitrante y se enajena de la realidad social, desobedeciendo hasta los más simples estatutos de las leyes que nos rigen.
¿Cómo podemos explicar que grupos tan radicales y descabellados como el del autodenominado Jesucristo Hombre, la cientología y los Raelianos puedan tener cientos, si no miles, de seguidores? Escuche las propuestas que tanto estos cultos extremos como los más tradicionales muestran a sus feligreses. Analícelas y piense si realmente tienen una lógica.
La religión, lejos de ser una fuente de espiritualidad y sabiduría, se ha convertido en un proceso de alienación que desemboca en actos violentos por su misma naturaleza restrictiva.
Mire la violencia con que estas mismas personas, que actúan mansos y humildes en sus círculos sociales, actúan al interactuar con aquellos que no pertenecen a su entorno. Échele un vistazo a toda la xenofobia, el odio, la homofobia, el fanatismo político y la agresión ciudadana implícitas en las prédicas de las iglesias del País. ¿Dónde queda entonces el amaos los unos a los otros o el amarás a tu prójimo como a ti mismo?
No, no es dios.
Es el aparato que el ser humano creó alrededor de esa imagen y que bautizó con el nombre de iglesia. Ese club social que sirve más a los intereses de su junta de líderes que a las necesidades del pueblo. Ese mecanismo que socava la sed de conocimiento del ser humano y lo sume en un letargo de ignorancia con la promesa de vida eterna. Esa pseudo sociedad que justifica los más crueles actos de intolerancia con el pretexto de que es parte del mandato de dios. Esa que obliga a ser pobres a los feligreses para asegurar su entrada al cielo, sin embargo hace ricos a quienes predican esta doctrina.
Paradójico, ¿no?
Esa institución es parte del gran problema de violencia social que nos arropa. Un pueblo culto es un pueblo racional y una población racional puede discernir con más certeza entre el bien y el mal. No podemos pretender que orando se resuelvan los graves problemas sociales que nos aquejan. Necesitamos acción, no mancedumbre.
¿No será hora de que entendamos que los cambios comienzan con nosotros mismos y no por obra y gracia de algún poder superior?
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