Siempre que escucho la frase: “es un buen muchacho” no logro
comprender con certeza el verdadero significado tras semejante aseveración.
¿Cómo
se puede medir la bondad de “un muchacho”? Y más aún, ¿hasta qué
momento un ser humano sigue siendo un “muchacho”?
Pareciera
que ese alegato de bondad e ingenuidad infantil es solo un mecanismo
para mantenerse aislado de la realidad o quizás para no enfrentar
las consecuencias de los actos que cometemos.
Ese
podría ser el caso de Luis Daniel Valdéz Meléndez, el hombre de 21 años
acusado por el temerario asesinato de un rival tirador de droga a las
4:52 de la tarde en la plazoleta de un atestado San Patricio Plaza el
Día de San Valentín de 2011.
Durante
el ataque, Luis Daniel logró asesinar a sangre fría a su homólogo
del narcotrafico no sin antes herir a una menor de edad, ajena a la
riña, que simplemente estaba presente en el lugar como cientos de
otros comensales.
Este
ataque, premeditado por demás, fue ejecutado con precisión y sin
remordimientos, con una determinación que si fuera utilizada para
buenos propósitos, de seguro que rendiría los mejores frutos.
No
obstante, esta actitud de “me llevo enreda'o a quien sea” con tal
de conseguir sus frívolos y banales objetivos -casi siempre ligados
a ese desmedido y absurdo deseo de obtener poder adquisitivo sin
realmente tener la libertad para disfrutarlo- se ha convertido en el
estandarte de una generación dispuesta a menospreciar la vida
con tal de lograr sus caprichos.
Pero
volviendo a lo que nos toca, durante el juicio a que fue sometido
Luis Daniel, donde fue acusado por asesinato en primer grado -cargos
por los que podría enfrentar hasta 199 años de cárcel- , el joven
finalmente pudo internalizar la magnitud de sus actos y comenzó a
llorar desconsoladamente en plena sala.
Frente
a tal escena, su madre gritó: “Él es un muchachito
bueno, bendito, es bueno”, mientras el acusado era sacado de la
corte por los alguaciles.
No
conforme con intentar convencer al mundo -y muy probablemente a sí
misma- de que su “pequeño” retoño es uno de los proverbiales
“buenos muchachos” de Puerto Rico, la madre concluye su
enuncianción con un alarido de “Luis, te amo, confía en el
Señor”.
Me pregunto qué criterio utilizó la madre de este sujeto para asegurar que su hijo es "un muchachito bueno". O peor aún, ¿realmente está convencida de que lo es?
Hasta donde tengo entendido un "buen muchacho" no dispara indiscriminadamente en un lugar atestado de adultos, ancianos y niños sin importarle a quién sacrifica en su atentado ni muestra semejante desdén por la vida de los demás.
Un "muchachito bueno" no logra obtener notoriedad dentro del mundo del narcotráfico sin no haber antes demostrado que "se puede llevar a cualquiera por el medio" sin mostrar el más básico remordimiento.
Un "muchachito bueno" no logra obtener notoriedad dentro del mundo del narcotráfico sin no haber antes demostrado que "se puede llevar a cualquiera por el medio" sin mostrar el más básico remordimiento.
Dicen
que no hay pero ciego que el que no quiere ver y, aparentemente, son
muchos los adultos que optan por darle la espalda a la realidad en
que viven sus “buenos muchachos” y simplemente no hacen
absolutamente nada para enderezar el torcido rumbo de su prole y
simplemente lo dejan “en manos del Señor”.
El
problema es que mientras estos “buenos muchachos” operan sus
pymes criminales – y sus padres se refugian en
la religión como mecanismo de negación- la calidad de vida de la
gran mayoría trabajadora de este país se ve afectada en su
totalidad.
Estos
“buenos muchachos” campean por su respeto y continúan controlando comunidades enteras sin
que nadie les reclame nada. Quizás por que el problema más grande
que sufrimos aquí en Puerto Rico realmente no es el crimen sino el “¡Ay,
bendito!”.
¡Pero quiénes pueden ser los reponsables si no lo somos nosotros!
Con nuestra tolerancia, falsa compasión y, a veces, sentido de culpa, curamos y nutrimos a este grupo y nos hacemos indiferentes a sus actos -claro, siempre y cuando no nos afecten personalemente.
¡Pero quiénes pueden ser los reponsables si no lo somos nosotros!
Con nuestra tolerancia, falsa compasión y, a veces, sentido de culpa, curamos y nutrimos a este grupo y nos hacemos indiferentes a sus actos -claro, siempre y cuando no nos afecten personalemente.
Entonces,
sigamos amamantando a estos “buenos muchachos” y de paso,
enseñémosle a las nuevas generaciones de “buenos muchachos” que
el crimen puede ser ejecutado con total impunidad porque en este país
el “¡Ay, bendito!” es quien rige.
Esta "identidad cultural" ha carcomido los aspectos de la infraestructura social a tal grado que el castigo frente a brutales delitos perpetrados por los "buenos muchachos" son penalizados con una simple "palmadita en la mano".
Esta "identidad cultural" ha carcomido los aspectos de la infraestructura social a tal grado que el castigo frente a brutales delitos perpetrados por los "buenos muchachos" son penalizados con una simple "palmadita en la mano".
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