jueves, 9 de diciembre de 2010

El crimen: la nueva revolución

Escuchando el debate sobre la situación actual en la Universidad de Puerto Rico no pude evitar sentirme entretenido por comentarios ingenuos de algunos estudiantes y sectores idealistas sobre la necesidad de desatar "la revolución".

Mi intensión dista mucho de un cinismo ideológico pero, seamos francos, el modelo de lo que hemos entendido por siglos que es "la revolución" actualmente dista mucho de la realidad imperial del capitalismo moderno y, más aún, de sistemas comunistas totalitarios.

Esa revolución politico-ideológica de la que se habla en los círculos en contra del imperialismo -sea de la denominación que sea- es simplemente un vago recuerdo histórico que ha quedado fulminantemente abatido por la estrategia del 20 por ciento de las personas privilegiadas que pertenecen al gran aparato corporativo que domina el planeta.

Esa "revolución" que ostenta liberar a las clases oprimidas del yugo mercantilista ha sido apaciguada con el enorme peso de la globalización liderada por los llamados países del "primer mundo". No obstante, ante la obstinación de ese 20 por ciento de dominar completamente lo que Noam Chomsky llamó "la aldea global" la simple y contundente ley de gravedad que sostiene las sociedades modernas posiblemente les tiene una pequeña sorpresa.

La "nueva revolución", el método práctico y más asequible de la mayoritaria población que vive dependiente y esclava de un sistema de comercio que sólo beneficia a ciertos países, está ligada estrechamente al elemento criminal.

No es ningún secreto que, por siglos, el sistema favorito de los imperios dominantes ha sido el estrangulamiento económico y, en el caso de los Estados Unidos, la adición del elemento de brutalidad y represión ideológica sirviendo así de modelo innevitable para el "tercer mundo" sobre una vía accesible para liberarse.

Ha sido visible en la interminable lista de antiguos aliados estadounidenses que utilizan sus recursos militares para luego desatar su furia en contra del imperio.

El mecanismo corporativo ha utilizado efectivamente la propaganda y el consumerismo como estrategia apaciguadora de aquellos que no tienen nada. Manipulando a su propia población con el poder adquisitivo y la inacable amenaza de una fuerza ideológica de grandes proporciones, estos países se aseguran de tener respaldo de la opinión pública.

Por otro lado, en los países menos privilegiados, que sirven como recursos de mano de obra y producción, la represión es el arma más efectiva. Primero, utilizando los recursos militares y políticos domésticos y, luego, en caso de no poder ejercer un dominio total, la intervención militar ultramarina con el sello de "intervención humanitaria" y una subsecuente dictadura de ultra derecha que resguarde sus intereses corporativos.

Sin embargo, el mismo bombardeo mediático que ostenta la dosilidad de estos países e intenta imponer el "status quo" capitalista en todo el planeta, ha abrumado a estas sociedades "menos desarrolladas" a tal grado que ha desatado una amplia simpatía por el crimen como vehículo de subversión.

Lo complicado del crimen -en todas sus formas- es que afecta a todos y en ese marco, nadie esta exento de su alcance. Inclusive, las marcadas diferencias sociales que cada vez se hacen más conspicuas en las naciones capitalistas-ligadas al exceso corporativo y a la falta de interés por brindar a los ciudadanos una mejor calidad de vida- ya está haciendo estragos en estas sociedades en la inconfundible forma del crimen.

Las estadísticas están ahí, visibles para todo el que quiera echarles un vistazo. La gran mayoría del planeta vive o en los límites de la pobreza o sumidos en ella. ¿Cómo se puede mantener este delicado desbalance sin desatar una suerte de guerra civil ligada a los elementos criminales?

Esta proposición ha sido más que clara en países como Brasil, Colombia, Somalia y otros que destinan sus recursos exclusivamente para el beneficio corportativo euro-americano.

La relación entre movimientos revolucionarios y, por ejemplo, el narcotráfico, no es casualidad sino más bien causalidad de este orden impuesto por los grandes imperios.

El crimen en este siglo será lo que la revolución bolchevique significó para el siglo 20. Un salvoconducto para que países hastiados de la esclavitud puedan tomar el control de su idiosincrasia sin tener que rendirle cuentas a poderes extranjeros que están ajenos a su realidad.

Pero, contrario a las revoluciones populares del siglo 20, el crimen no está ligado a ninguna agenda ideológica ni a un fin de emancipación alguna. El crimen es vil, totalitario, vicioso, asesino y responde sólo a los preceptos de adquisición para obtener poder y poder para dominar a los más débiles.

Este propuesto modelo de totalitarismo criminal haría ver la tiranía de Joseph Stalin como un paseo en el parque.

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